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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

La frágil belleza de los Great Lake Swimmers

La frágil belleza de los Great Lake Swimmers
Álvaro Alonso el

No fui consciente del privilegio que suponía poder ver en directo a ese genio de la música popular canadiense llamado Tony Dekker aquella noche cálida de 2009 en que los Great Lake Swimmers cruzaron el charco para recalar en Madrid dentro de una gira por pequeñas salas europeas. En Madrid, tocaron en la Moby Dick, sin apenas público, en un concierto íntimo, sensible, bellísimo.

Acababan de sacar Lost Channels, un álbum dedicado a la belleza natural de la zona de las mil islas que surgen a lo largo del río St. Lawrence y que, cuenta Dekker, “fue grabado en impresionantes localizaciones de acústica única”, como el Singer Castle en Hammond, NY, el Brockville Art Center de Ontario, o dentro de la iglesia de St. Brendan, en Rockport. El sonido es una obsesión para Tony Dekker, que en los últimos tiempos ha ampliado su banda de músicos acompañantes para obtener un muro de sonido de espectaculares resultados, dentro de lo que parece una búsqueda de acercar el folk-rock a la majestuosidad de la música de cámara.

Los Great Lake Swimmers han ido firmando desde 2003, que salió su disco homónimo de debut con letras como de máquina de escribir antigua en la portada, una serie de álbumes a cada cual mejor, en una curva ascendente que no se sabe hacia donde apunta si no hacia el firmamento, haciendo que Tony Dekker y sus compinches puedan ser valorados, bajo mi punto de vista, como los de más arriba en una lista de los mejores artistas que hayan arrancado su carrera en este nuestro siglo XXI.

Tras su segundo disco Bodies and Minds aparece en 2007 su primera obra maestra, Ongiara, con esas canciones que comienzan a convertir a Tony Dekker en leyenda viva, así “There is a Light” o “Rock Your Spine”. Luego vino dos años más tarde Lost Channels, un disco donde difícil es escoger una sola canción, en un conjunto de una belleza que provoca una auténtica conmoción en el oyente, sobre todo en temas como “Still” o su celebrada “Pulling on a Line”.

Un servidor, al llegar este punto, se desentendió de la carrera de este grupo pensando que habían tocado techo, que de nuevo se volvía a mostrar la cara más triste del rock, aquella donde el talento no consigue llegar al gran público y este hecho hace mella en el artista.

Pero no fue así en el caso de Tony Dekker, quien a finales de 2012 firmaba un nuevo disco, New Wild Everywhere, el quinto y último, que superaba en belleza todos los precedentes. Me cuesta recordar una trayectoria tan afortunada, tendría que remontarme acaso a los primeros tiempos de Neil Young, los Doors o la Creedence para hallar una sucesión de cuatro discos a cada cual mejor o igual de bueno que el anterior. Aunque por el estilo de su música, mejor sería remitir a otros casos de feliz prolijidad creativa, como la etapa buena de Jayhawks o de Wilco.

Las canciones de los Great Lake Swimmers son delicadísimas, de una fragilidad que recuerda la porcelana china, con una sonoridad como de diapasón que se estremece y rebota en vidrieras de colores, mezcla de espiritualidad, sensibilidad a flor de piel y espacios inmensos.

El mes de julio de este 2014 que entra en su recta final los “nadadores de los grandes lagos” fueron invitados a actuar en uno de los recintos de mejor acústica del mundo, el Massey Hall de Toronto, un teatro abierto al público en 1894 y por el que han pasado monstruos del bel canto como Enrico Caruso y Maria Callas, leyendas del jazz como Charlie Parker -el aclamado Jazz at Massey Hall de 1953-, o Neil Young en 1971. Allí dieron un espectacular concierto, acompañados únicamente de violín, contrabajo, mandolina, guitarras, bajo y batería.  Belleza a punto de quebrarse. Mantengan la respiración.

 

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