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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Gabriel García Márquez, el día de mi suerte

Gabriel García Márquez, el día de mi suerte
Álvaro Alonso el

“Pronto llegará el día de mi suerte, pronto antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará”. Esta canción de Willie Colón nacido en el Bronx en 1950, en la voz inigualable de Héctor Lavoe, define la vida y obra de Gabriel García Márquez (1928-2014), un hombre tocado por la mano de la diosa fortuna a quien la suerte le llegó “un día de éstos”, y supo aprovecharla.

Es cierto, García Márquez no es el único cuentista de América, ahí está Del Risco, Rubiao, Ramírez, Cerruto, Massiani, Cortázar, Skármeta, Benedetti, Soto, Monterroso, García, Pacheco, Paz (Senel), Bryce, por citar algunos de los recogidos en aquella antología tan querida, la de los 16 cuentos latinoamericanos. El de Aracataca triunfó, ganó el Nóbel en 1982. Pero para llegar hasta allí tuvo que conseguir publicar un primer cuento en 1947. Entonces era un estudiante de Derecho, y su primer cuento se titulaba “La tercera resignación”. Meses más tarde publicaría su primera novela, La hojarasca. Cuenta Plinio Apuleyo Mendoza entrevistándole en El olor de la guayaba (Bogota: Oveja negra, 1982) que éste le contestó a la pregunta del millón: “¿Qué es para ti la inspiración?”, diciendo: “Yo no lo concibo como un estado de gracia ni como un soplo divino, sino como una reconciliación con el tema a fuerza de tenacidad y dominio.”

 Fanático de la música, el recientemente fallecido Gabriel García Márquez agradecería -espero- un homenaje musical tal que comience con el son de la cumbia del ilustre Andrés Landero (1932-2000), el rey del género, autor de “La pava congona”, “Lolita la cumbiambera” o “Martha Cecilia”. Un monstruo este Landero, acordeón insuperable, que dejó sin habla a un tal Joe Strummer, vocalista de los Clash.

Cambio de escena y de escenario. Gabriel y su familia aterrizan en el aeropuerto de Madrid el 4 de noviembre de 1967, alquilan un coche que les lleva a su nueva ciudad, Barcelona. Allí, instalados en una espaciosa planta baja, la música cobra un lugar especial, más que los libros. La nueva casa es lugar de reunión de gustosas visitas como las de los Feduchi, Pla, Luján o Cunqueiro. Le da tiempo a escribir El otoño del patriarca y los Doce cuentos peregrinos. Y escucha de paseo por la Rambla a ese niño prodigio llamado Pedro Gené y su grupo Lone Star cantando “Mi calle”, una canción que se convierte en himno, y no solo en Barcelona, en aquel noviembre de 1968.

 De vuelta a América. Estamos en 1973. Willie Colón y Héctor Lavoe llevan la salsa portorriqueña a lo sideral con Lo mato, un disco para Fania que trasciende el género. Rubén Blades (y él lo sabe) es mejor compositor, pero nunca podrá llegar a acercarse a la voz de barítono eleúsico de Héctor Lavoe. El trombón se convierte en el instrumento con mayúsculas, algo que el propio Willie Colón repetirá tras comprobar los impresionantes resultados del invento en la grabación de “Pedro Navaja”.

A Gabriel García Marquez le llegó el día de la suerte, pero no olvidó que todos albergamos la misma esperanza. “A Dios vayáis, con Dios quedéis”. A dormir al lado del manco (de Lepanto). Que aquí nos quedamos el resto viviendo para contarla.

 

 

 

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