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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

The Knack, My Sharona

The Knack, My Sharona
Álvaro Alonso el

 

Hay pocas canciones que resuman de una manera tan completa la excitación sexual y el entusiasmo como «My Sharona» de The Knack. No es de extrañar que el productor Mike Chapman, instalados para tocar en el estudio de grabación, y tras la primera toma de sonido, decidiera parar la grabación. Asustados, le preguntaron si es que no le había gustado. No era eso. Lo que ocurría es que no era preciso hacer nada más. Esa canción era un número uno. Ya, así de fácil. Pocas veces algo resulta tan sencillo, casi como una iluminación divina, si no fuera porque detrás estaba el trabajo de años.

The Knack -nombre del grupo coincidente con el de la comedia sexual dirigida por Richard Lester en 1965- consiguieron con «My Sharona» destruir en 1979 la hegemonía de la pista de baile, incorporando un nuevo circuito, el de la nueva ola, a las listas de éxitos. La canción fue escrita por Doug Fieger desde la óptica de un chico de catorce años y actualiza toda la inmediatez de The MiraclesThe Who en los desidrínicos tiempos del reinado de The Jam. El riff de la canción había sido ideado por el guitarrista Berton Averre años antes incluso de la existencia del grupo. El proceso de composición fue lento. El de la grabación, casi un mero trámite.

La nueva ola duró muy poco, apenas un par de años, hasta que que los sintetizadores y las cajas de ritmos dieron al traste con toda aquella fiereza y frescura de grupos por lo general no demasiado jóvenes. Una explosión planetaria eminentemente urbana de la que salieron artistas de un talento hoy por nadie discutido, como el de Nick Lowe o Elvis Costello. Otros quedaron en un lugar menos deslumbrante, como Peter Case, Paul Collins o Marshall Crenshaw. Y de otros apenas nadie se acuerda, aunque hicieran canciones memorables, como Moon MartinPhil Seymour. A algunos todavía se les escucha en los descansos de los partidos de la NBA, como a The Romantics. Y otros se cuelan en bandas sonoras de las que marcan a una generación, como ocurrió con el «Tempted» de Squeeze. Unos pocos, como The Pretenders o The Police, se convirtieron en bandas de éxito masivo y sus líderes en auténticos iconos del rock. Muchos de aquellos lanzamientos quedaban en una sola canción: casi preferible comprar el single.

Visto en perspectiva, aquella nueva ola, con grupos que salían de los suburbios de las ciudades de todo el mundo, trajo un aluvión de melodías y energías frescas que consiguieron reconducir el pop hacia una dimensión perdida desde hacía dos décadas. Culpa de ello eran los gustos de estos jóvenes músicos que parecían revivir la edad dorada de Carnaby Street, del surf y el garage, admirando a Chuck Berry, a los primeros Beatles, a The Kinks, a The Who, a los grupos sixties de chicas, todo lo que pudiera ser comprimido en una píldora/fórmula bien sencilla: la satisfacción partido por el menor tiempo posible. Por algo la nueva ola nació de las cenizas del punk. Muchos se nutrieron de otras influencias, como el reggae y el rock steady jamaicano, con el que convivían en Londres y de allí, al planeta. Blondie, desde la ciudad de Nueva York, transformaría en éxito mundial «The tide is high» de los Paragons. Y sin olvidar el glam, sobre todo esa fórmula alquímica de sobrecogedora sencillez que atraviesa toda la discografía de Marc Bolan con T Rex. El resultado fue arrollador. Y, en canciones como «My Sharona», milagroso. Todavía nadie se explica, ni ellos mismos pueden explicarlo muy bien, y mira que lo han intentado, cómo surge una canción tan perfecta como ésta. Magia y precisión. Sharona Alperin, la joven musa de la canción que contaba 17 años cuando se lió con Fieger, aún no se ha recuperado del susto. Aviso: el pie no va a poder dejar de moverse, así que tengan cuidado de no pisar a nadie.

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