Solo se puede amar lo que se conoce. La curiosidad por la música nace en muchos de nosotros en la niñez, gracias a la curiosidad que te hace
adentrarte a hurtadillas en la habitación de los hermanos mayores. En aquella habitación había una calavera, el signo inequívoco de que allí se estudiaba anatomía, o algo parecido. Era una habitación pequeña. Sobre la mesa, había unos cuantos discos. Me acuerdo de Cat Stevens, de Simon & Garfunkel, de Janis Joplin. Pero sobre todo me acuerdo y no puedo dejar de olvidar el disco Mediterráneo de Serrat, publicado en 1971 bajo la producción de Juan Carlos Calderón. Sirva de paso este recordatorio para homenajear a Juan Carlos Calderón, el compositor, arreglista, hombre de música y motor de la música española de la época, fallecido el invierno pasado.
Si “Mediterráneo” de Serrat es capaz de transportarme inmediatamente como ninguna otra canción a otra época, a otro lugar, a otros olores, a otro tamaño, a mi niñez, con tanta fuerza, es sin duda por estar preñada de vivencias únicas relacionadas con el descubrimiento de ese universo completamente excepcional que era la habitación de mi hermano.
Hablar de Serrat a estas alturas es hablar de uno de los pocos artistas que nos ha visto crecer a todos. Pocos cantautores españoles han desarrollado una carrera tan brillante, cargadas sus alforjas de tanta honestidad. Solamente quiero recordar este disco suyo y su poder evocador no comparable para mí con ningún otro.
No creo equivocarme si digo que todos tenemos una canción de nuestra niñez que supuso toda una revelación, un descubrimiento de algo único y que, como la magdalena de Proust, todavía sigue siendo capaz de hacerte revivir de manera nítida ese peculiar momento de nuestra existencia que es la infancia. La mía es sin lugar a dudas “Mediterráneo” de Serrat. ¿Y la tuya?
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