Autor colaborador: Dr. Diego Sánchez Meca, |
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Es posible que a algunas personas no les sean espontáneamente comprensibles ciertos personajes de Borges. Tienen sensibilidades encauzadas hacia terminales con las que no es fácil conectar muchas veces. Un psicoanalista dirÃa que su principio del placer incluye códigos estrictos de un principio de realidad formado de peculiares gustos y buenas maneras que los identifican y distinguen, entre los cuales destacarÃa cierto tipo de mundaneidad refractaria a los disfrutes secretos de la espiritualidad. No se puede albergar la menor duda, en cambio, de que Borges tiene una espectacular habilidad para el deporte dialéctico y para la autoexposición de las más inopinadas construcciones imaginarias, todo ello presentado generalmente con grandes dosis de sentido del humor. En suma, son innegables en él una inteligencia elevada, un saber sólido, y el poder de argumentar.
Borges es, por todo ello, un autor complejo. A veces incluso, para algunos, algo complicado. ¿Será porque, en el fondo, más que un literato es un filósofo?, se han preguntado sus crÃticos y comentaristas. Asà enunciado no es ese mi punto de vista. Desde luego que es un autor complejo, pero no hasta el punto de resultar complicado. Si nos atenemos a los temas que llenan sus relatos y ensayos, es verdad que encontramos una inmensidad de cuestiones y problemas tÃpicamente filosóficos, como, por ejemplo, el tiempo, en concreto su obsesión por el tiempo circular y por la proyección de éste en el espacio y en la causalidad, un tema que se conecta con el del laberinto y con el de la creación recurrente. Y estos, a su vez, inspiran las simetrÃas, los juegos de espejos, los sistemas de correspondencia y equivalencias de signos, los números y los nombres, las compensaciones y equilibrios secretos que subyacen a lo escrito, la memoria, la identidad, el conocimiento, en fin, la inmensidad de Borges capaz de admirar y sobrecoger a cualquiera. AsÃ, mientras que en los mismos años que Borges escribÃa sus obras, la literatura alemana seguÃa la tradición de su Bildungsroman -por ejemplo, en un autor tan representativo en ese momento como era Thomas Mann-, y la literatura francesa e inglesa desarrollaban la literatura de crÃtica social -como hacÃan, por ejemplo, un Zola o un Oscar Wilde-, la obra de Borges muestra que el tema de la literatura puede ser, ¿por qué no?, el universo o el conocimiento o el tiempo o el lenguaje, en vez del yo enfermo o la sociedad decadente. Pues bien, mi opinión es que eso no le convierte en un filósofo en sentido convencional.
AñadirÃa además que se podrÃa ver en Borges un curioso giro literario “contracopernicano”, en la medida en que, para él, no es el universo el que gira alrededor del hombre, como pretende la Bildungsroman alemana o la novela de crÃtica social francesa e inglesa, sino que es el hombre el que gira alrededor del universo. Y eso es de lo que, entre otras cosas, se ocupa mayoritariamente su literatura. Puedo entender que muchos intérpretes y crÃticos, ante la pregunta de si Borges es un filósofo, se hayan apresurado a contestar demasiado rápidamente que sÃ. Incluso que lo hayan adscrito a múltiples corrientes filosóficas concretas, por ejemplo a la platónica, a la aristotélica, a la fenomenologÃa, al nominalismo, al idealismo, etc. Mi opinión, matizando lo que he dicho antes -y para ello me apoyo en su propio testimonio-, es que Borges no es un filósofo propiamente hablando, sino un literato que encuentra en la filosofÃa una fuente continua y recurrente de inspiración.
¿Cuál es la diferencia?, se me podrÃa preguntar. ¿No es eso ser, en buena medida, un filósofo? Pues no, en modo alguno. Porque el movimiento de las obras de Borges no es ir de la literatura a la filosofÃa para quedarse en el ámbito de ésta, sino, al contrario, ir de la filosofÃa a la literatura ya que lo que en realidad le interesa de la filosofÃa es utilizarla como un material con el que diseñar y construir su literatura. Para comprobar esta afirmación basta con preguntarse lo siguiente: ¿qué es lo que hace Borges con la filosofÃa en cualquiera de sus obras, visto que, si no le consideramos un filósofo, la filosofÃa inunda buena parte de su literatura? O más resumidamente: ¿qué valor tiene para él la filosofÃa? Esto lo contesta él mismo de una manera inequÃvoca.
En su “Historia de la eternidad”, en un momento determinado dice refiriéndose a él: “No soy filósofo ni metafÃsico; lo que he hecho es explotar, o explorar –es una palabra más noble–, las posibilidades literarias de la filosofÃa. (…) Yo no tengo ninguna teorÃa del mundo. En general, como he usado los diversos sistemas metafÃsicos y teológicos para fines literarios, los lectores han creÃdo que yo profesaba esos sistemas, cuando realmente lo único que he hecho ha sido aprovecharlos para esos fines, nada más”. Y en otro pasaje de su libro “Ficciones” vuelve a insistir: “Quiere hacerse de mà un filósofo y un pensador; pero es cierto que repudio todo pensamiento sistemático porque siempre tiende a trampear”.
En este último texto Borges añade una precisión importante, al referirse a su rechazo del pensamiento sistemático, que me parece conveniente matizar. Pienso que lo que probablemente quiere dar a entender es que no se toma en serio las conclusiones de los filósofos. O sea, que no está dispuesto a aceptar sus soluciones sistemáticas con las que muchos de ellos pretenden cerrar la inquietud del pensamiento en respuestas dogmáticas y definitivas. No se las toma en serio en la medida en que todas estas respuestas “tienden a trampear”, dice. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿hace lo mismo con las preguntas? Algo fundamental en la literatura de Borges son justamente los interrogantes de la filosofÃa, sus aporÃas, su búsqueda incesante de sentido, la mayorÃa de las veces sin resultado exitoso y concluyente.
No se trata, por tanto, de que Borges no se tome en serio la filosofÃa sin más, como alguien podrÃa inferir a partir, por ejemplo, de su famosa definición de la metafÃsica como “una rama de la literatura fantástica”. Expresiones como ésta no significan que opte, frente a la filosofÃa, por un escepticismo radical y absoluto. Al definir asà la filosofÃa, o la metafÃsica, lo que está queriendo dar a entender es que la filosofÃa, como la literatura, son ambas operaciones de creación simbólica y conceptual, ninguna de las cuales alcanza una verdad indudable y definitiva. De modo que la literatura no la entiende Borges como la herramienta de un visionario que, en el fondo, está movido por inquietudes filosóficas; al contrario, la filosofÃa es el material de un escritor cuyo deseo es, ante todo, lúdico, al hacer uso de los problemas filosóficos en sus textos de creación literaria.
Y asà volvemos a la tesis que proponÃa al principio, o sea, que Borges utiliza continuamente la filosofÃa y los temas filosóficos como material interesante y sugerente para su creación literaria. Lo cual significa que, para él, la filosofÃa tiene un valor bien determinado, a saber: el de su capacidad para engendrar estéticamente universos paralelos reorganizando las piezas de las diversas ontologÃas. Pero vuelvo a insistir para que no se me malinterprete: este valor concierne a la literatura y no a la filosofÃa, cuyas preguntas están dirigidas a este universo. Lo cual, por añadidura, es una demostración de que también en la literatura puede haber filosofÃa.
Además creo que ésta podrÃa ser una de las claves posibles para entender lo que Borges pretende en muchos de sus relatos y ensayos. Cada uno de ellos abrirÃa al lector a un vértigo, a una magia problemática e inagotable al situarlo ante una multiplicidad indefinida de hechos, de sugerencias, de significados, de enumeraciones que se proyectan y se alargan en una perspectiva infinita. ¡Eso serÃa su literatura!: la comprensión más original que él tiene de lo que es y debe ser “la” literatura. Por lo tanto, el verdadero tema de la literatura de Borges, más allá de la ficción y de la metafÃsica que la funda, no es otro que la literatura misma, entendida, en vez de como una manera de conocimiento distinta o tal vez contrapuesta al de la filosofÃa o al de la ciencia, como el único modo de conocer posible. Eso le lleva a una conclusión bastante cercana, por ejemplo, al pensamiento de la deconstrucción derridiana, en el sentido de que ninguna literatura refleja el mundo o un estado o proceso del mundo, sino que eso sólo lo puede hacer reflejándose a sà misma. Por lo que, en último término, como dicen hoy los textualistas, la literatura no habla más que de ella misma.
Esta es la gran modernidad de Borges. Pues su planteamiento implica la deconstrucción de las pretensiones tradicionales del lenguaje, en general, de expresar un trozo de mundo, o de narrar la subjetividad de un yo. Lo que el lenguaje hace, y por tanto “la literatura” -en especial y de modo paradigmático la suya-, es sustituir el mundo real ordinario por los laberintos ficticios, la multiplicación de las imágenes en los espejos, los enigmas y los sÃmbolos, y sustituir al autor por el narrador o el crÃtico.
– ¿Borges un filósofo? – – Página principal: Alejandra de Argos –
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