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“Un árbitro gana el partido cuando los componentes de ambos equipos le dan la mano tras el pitido final”

Pilar Quijada el

POR JAVIER ESTEBAN SALCEDO, árbitro de la Federación Madrileña de Fútbol Sala y Director del Departamento de Deportes de Escuelas Católicas de Madrid

Trabajan bajo presión y reciben las quejas del público, jugadores y técnicos. Para mantenerse imparciales, los árbitros han de ver el partido jugada por jugada, sin pararse a pensar en las anteriores. Además han de pasar por alto los comentarios, para garantizar un correcto arbitraje. 

Durante el partido, el árbitro recibe presiones desde tres frentes: el público, los jugadores y los técnicos. Todos pueden influir en sus decisiones, pero el colegiado ha de saber mantenerse al margen de las mismas. Los oficiales -las personas que están en el banquillo y no son jugadores suplentes, es decir, delegado, entrenadores, fisio, preparador físico, encargado de material y médico- se convierten en los abanderados de la presión.

El motivo por el que lo hacen es muy loable, ya que en su mayoría pretenden ser ellos los que canalizan las protestas con el fin de que los jugadores se dediquen a jugar y se sientan protegidos por su banquillo. Pero su actitud se torna contra ellos por dos motivos. El primero, que su comportamiento lo contagian a los jugadores que se sientan en el banquillo y, después, a los de la cancha. Como consecuencia tenemos un equipo fuera del partido, desconcentrado. El segundo, que el comportamiento descontrolado de los técnicos puede ocasionar un exceso de celo por parte de los árbitros hacia el banquillo, provocando, a su vez, una situación perjudicial para ambos equipos.

Además la presión también viene de los jugadores, tanto de los de pista como de los suplentes, en forma de protestas y observaciones. Estas actitudes pueden ser sancionadas con tarjeta, pero no deben olvidar los jugadores que el árbitro suele ser más permisivo con el deportista que está en el campo a ciento ochenta pulsaciones y más exigente con los sustitutos, que debieran estar más relajados.

En ambos casos se perjudica al conjunto, pero el deportista ha de ser listo y mantenerse en el banquillo callado o animando a sus compañeros, pues podría no volver a jugar el resto del partido si acumula dos cartulinas amarillas. Además, este tipo de presión no favorece al equipo que la ejerce, ya que obliga al colegiado a estar pendiente de la disciplina, pudiendo descuidar la parte del juego que puede decantar el resultado, como son las faltas, los corners, etc.

La presión también viene del público, que es el único que, dentro de una conducta “deportiva”, está legitimado a presionar al juez de la contienda y a los adversarios. Además es necesario que un equipo tenga una afición que achuche y si no lo hace no está cumpliendo su función. Un partido sin público, gritos y silbidos no motiva a los participantes, porque esa es la salsa del fútbol.

Después de leer estas líneas puede parecer que los árbitros somos insensibles a las presiones, pero eso no es así. Hay además circunstancias que hacen que seamos más vulnerables, como la edad, experiencia en el arbitraje, en la categoría, etc. El único antídoto para mantenernos fríos es ver el partido acción a acción, es decir, aislarlas, sin pensar en las anteriores. De esta manera no nos podrá sacar del partido ni un error ni una protesta.

Tenemos que pensar siempre en el siguiente lance y no debemos escuchar al público, aunque sí oírlo. Oír el ruido para que nos sirva de motivación, pero siempre sin escuchar las palabras aisladas de los aficionados que nos pueden distraer. Así podremos llegar al final del partido con la conciencia tranquila por haber hecho lo que hemos considerado justo.

Respecto a los errores arbitrales, cuando un árbitro sale contento con su actuación no lo celebra y lo olvida en pocas horas. Mientras que si su trabajo ha sido desacertado se marcha afectado para toda la semana, esperando que salga bien el próximo encuentro para olvidar su pesar.

Por todo esto el árbitro es el primer interesado en arbitrar correctamente para estar satisfecho consigo mismo y, ante todo, resaltar que ningún error es intencionado, porque un árbitro “gana” el partido cuando los componentes de ambos equipos le dan la mano tras el pitido final. Esta es nuestra única victoria.

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En la cancha
Pilar Quijada el

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